Menos mal, Sr. Rajoy; menos mal que ese cuento del cambio climático es un bulo del rojerío y hay que ver lo que inventa esta gentuza para desacreditar al PP y abundar en su desmemoria; total, por unos cuantos muertos en la Guerra Civil y cuatro décadas mal contadas de dictadura que, como marzo y abril, con sus ventiscas y chaparrones, sacaron florido y hermoso al mayo posmoderno de la COPE y marcha atrás.
Es su derecho, jefe, y yo ejerzo el correspondiente si le digo que su discurso me repatea y que asertos kafkianos como el suyo me asquean hasta la náusea. Nos menosprecia, amigo: somos gentuza, vale, pero no retrasados y aún nos queda memoria y capacidad para discernir.
Menos mal, don Mariano, que ese cuento es un guión de Hollywood y que, gracias al mismo, su colega el Sr. Al Gore recibió el Óscar –el Nobel, quise decir- y todavía no acabo de entenderlo, pues lo del tipo ése se parece bastante a un viejo chiste en el que una señora, burguesona ella y dama del ropero parroquial, le espeta a su marido, empresario de éxito: Cariño, tú me haces los pobres y yo les pongo la tómbola. Conque a buen entendedor...
Ya lo sé, ya lo sé: soy un romántico empedernido; un inmaduro, vamos. Recuerdo, en cualquier caso, los gélidos noviembres de mi infancia y el frío que pasaba en el colegio, a pesar de que era de pago. Me veo en una estancia de mi casa, con los pies enfundados en unas botas de recio paño, mientras en la terraza contigua se encendía el brasero de picón, a cuyo abrigo almorzaríamos luego y los mayores cambiarían impresiones después de la cena.
Hoy, muchos años después, pero no tantos como para haberlo olvidado, salgo a la calle en mangas de camisa y leo treinta y un grados en la pantalla que hay en el Arroyo. Sí, don Mariano, dije bien: treinta y uno, como en el mes de junio, hace apenas diez años, y he recalado en un café del centro, cuyos ventiladores giraban y giraban, como en el ferragosto.
No, no es verdad lo del cambio climático. Los edificios inteligentes mantienen todo el año la misma temperatura y, por ese motivo, ustedes, los potentados, piensan que todo el monte es orégano y que, en el exterior de sus fortalezas, el mundo, la vida, son el reino de Jauja y sus tecnócratas, con perdón, una especie de Midas, que convierten en oro cuanto tocan. Pues no.
En fin, ya no se acuerda de la lluvia de antaño ni acaso de los puestos de castañas que, como en los viejos cuentos de Dickens, nos acercaban el calor de la miseria con el humo de sus hornillos, mostrándola cercana y entrañable. Pues no, Sr. Rajoy: esa gente pasaba hambre y frío, por más que sus amigos evoquen con nostalgia los tiempos del franquismo.
Pero, ¿qué va a contarme? Son el partido de la desmemoria.
© Domingo F. Faílde. Extramuros, noviembre, 2007.-
Es su derecho, jefe, y yo ejerzo el correspondiente si le digo que su discurso me repatea y que asertos kafkianos como el suyo me asquean hasta la náusea. Nos menosprecia, amigo: somos gentuza, vale, pero no retrasados y aún nos queda memoria y capacidad para discernir.
Menos mal, don Mariano, que ese cuento es un guión de Hollywood y que, gracias al mismo, su colega el Sr. Al Gore recibió el Óscar –el Nobel, quise decir- y todavía no acabo de entenderlo, pues lo del tipo ése se parece bastante a un viejo chiste en el que una señora, burguesona ella y dama del ropero parroquial, le espeta a su marido, empresario de éxito: Cariño, tú me haces los pobres y yo les pongo la tómbola. Conque a buen entendedor...
Ya lo sé, ya lo sé: soy un romántico empedernido; un inmaduro, vamos. Recuerdo, en cualquier caso, los gélidos noviembres de mi infancia y el frío que pasaba en el colegio, a pesar de que era de pago. Me veo en una estancia de mi casa, con los pies enfundados en unas botas de recio paño, mientras en la terraza contigua se encendía el brasero de picón, a cuyo abrigo almorzaríamos luego y los mayores cambiarían impresiones después de la cena.
Hoy, muchos años después, pero no tantos como para haberlo olvidado, salgo a la calle en mangas de camisa y leo treinta y un grados en la pantalla que hay en el Arroyo. Sí, don Mariano, dije bien: treinta y uno, como en el mes de junio, hace apenas diez años, y he recalado en un café del centro, cuyos ventiladores giraban y giraban, como en el ferragosto.
No, no es verdad lo del cambio climático. Los edificios inteligentes mantienen todo el año la misma temperatura y, por ese motivo, ustedes, los potentados, piensan que todo el monte es orégano y que, en el exterior de sus fortalezas, el mundo, la vida, son el reino de Jauja y sus tecnócratas, con perdón, una especie de Midas, que convierten en oro cuanto tocan. Pues no.
En fin, ya no se acuerda de la lluvia de antaño ni acaso de los puestos de castañas que, como en los viejos cuentos de Dickens, nos acercaban el calor de la miseria con el humo de sus hornillos, mostrándola cercana y entrañable. Pues no, Sr. Rajoy: esa gente pasaba hambre y frío, por más que sus amigos evoquen con nostalgia los tiempos del franquismo.
Pero, ¿qué va a contarme? Son el partido de la desmemoria.
© Domingo F. Faílde. Extramuros, noviembre, 2007.-