Disculparás, Mariano, que, al cabo de dos siglos (el redondeo en España se practica al alza), turbe tu bien ganado reposo con una carta de dudoso gusto, necrófila, ya ves, en esta tierra nuestra, que primero te hace la puñeta y después, si algún listo descubre tus cenizas, te saca hasta en la sopa y nos salen larritas debajo de las piedras hasta agotarse el filón. Pues por eso te escribo, aunque algunos me tilden de espiritista, pensando es preferible vérselas con los muertos que con algunos vivos de este patio de Monipodio o república literaria, llena de trapaceros, truhanes y sabandijas de varia lección. Soy un tipo legal, como ahora dicen, y no un hipócrita de la saga de aquel Zorrilla zorrón, que se apuntó a la foto de Esquivel, leyéndote versitos junto a la fosa, y luego, grave y carca redomado, se arrancó por peteneras endecasílabas, jurando por su madre que no, que él no era ése, que donde dije digo quise decir lo que sigue y termino: Broté como una hierba corrompida/ al borde de la tumba de un malvado/ y mi primer cantar fue a un suicida,/ agüero fue, por Dios, bien desdichado...Y no es eso, no es eso –la frase más lograda de Ortega y Gasset-, aunque tampoco vengo a traerte violetas, porque a mí ciertas flores me producen alergia y éstas no sé qué tienen: será que están gastadas por el uso o que, sencillamente, a estas alturas son una cursilada, por no pintar de rosa lo que, descolorido, se ha hecho pálido hasta el desdoro.
Así que hablemos claro, camarada: te escribo esta misiva sin respuesta posible (ningún interés tengo, vade retro, en sacarte del ataúd) porque cada mañana, cuando abro el correo y los periódicos, la bilis se me agria y el ácido clorhídrico del estómago amenaza con cavarme una úlcera, a base de disgustos. ¡Qué torrente de desatinos! ¡Qué bandada de tropelías! Entonces, pese a mi horror al tópico, acude a mi memoria una frase brillante de las tuyas, escribir en España es llorar, y las lágrimas ruedan por mis mejillas, vertiéndolas abundantes como los héroes de la Ilíada antes de pronunciar un discurso en hexámetros.
Mas no nos engañemos, pues mi llanto no brota de manantial sereno y ni siquiera es hijo de la ira, aunque algunos pudieran pensar lo contrario. Lloro por no reír, que es falta de respeto y de las grandes, cuando advierto qué poco ha cambiado la piel de este país y qué ralos progresos los de sus mentes más cualificadas, que hacen buenas las frases de un muchacho decimonónico y las repiten una vez y otra, esperando quizá que, con tanto sobarlas, ha de salir el genio, escaso en nuestros días, y zas, milagro habemus: el Consejo Regulador de la Marca Poesía Andaluza cierra sus puertas a cal y canto por quiebra técnica, el garito del Veintiequis hace lo propio por inanición, la fundación de turno se declara en bancarrota, cierta diputación que yo me sé dictamina regulación de empleo y se van a su casa los sátrapas, paniaguados, aduladores, correveidiles, alcahuetes, fulleros, trepas del verso libre ma non troppo y otra fauna menor que por esos pantanos medra.
Si esto sucediera, si los antólogos entomólogos se pincharan los cataplines con el huso de la Belle au bois dormant y los árbitros de la moda imitaran al noble Petronio, muchos zorrillas se lavarían la lengua y no insultaran nunca a su prójimo, a tontas y a locas, ya me entiendes, y dejarían acaso de repartirse el pastel, de negociar con los dineros públicos, de jugar con la inteligencia y el trabajo de los demás.
Sería hermoso, Mariano, y los jóvenes del futuro leerían tus artículos de crítica con talante muy diferente, mientras cada perrico se lame su cipotico, el lector, en su escaño, decide y el escritor escribe, que es lo suyo. En fin, hoy he tenido un sueño, como el hermano Martin Luther King, que era también de los nuestros. Mas tengamos, amén, la fiesta en paz.
© Domingo F. Faílde. Jerez, 2007.-
Así que hablemos claro, camarada: te escribo esta misiva sin respuesta posible (ningún interés tengo, vade retro, en sacarte del ataúd) porque cada mañana, cuando abro el correo y los periódicos, la bilis se me agria y el ácido clorhídrico del estómago amenaza con cavarme una úlcera, a base de disgustos. ¡Qué torrente de desatinos! ¡Qué bandada de tropelías! Entonces, pese a mi horror al tópico, acude a mi memoria una frase brillante de las tuyas, escribir en España es llorar, y las lágrimas ruedan por mis mejillas, vertiéndolas abundantes como los héroes de la Ilíada antes de pronunciar un discurso en hexámetros.
Mas no nos engañemos, pues mi llanto no brota de manantial sereno y ni siquiera es hijo de la ira, aunque algunos pudieran pensar lo contrario. Lloro por no reír, que es falta de respeto y de las grandes, cuando advierto qué poco ha cambiado la piel de este país y qué ralos progresos los de sus mentes más cualificadas, que hacen buenas las frases de un muchacho decimonónico y las repiten una vez y otra, esperando quizá que, con tanto sobarlas, ha de salir el genio, escaso en nuestros días, y zas, milagro habemus: el Consejo Regulador de la Marca Poesía Andaluza cierra sus puertas a cal y canto por quiebra técnica, el garito del Veintiequis hace lo propio por inanición, la fundación de turno se declara en bancarrota, cierta diputación que yo me sé dictamina regulación de empleo y se van a su casa los sátrapas, paniaguados, aduladores, correveidiles, alcahuetes, fulleros, trepas del verso libre ma non troppo y otra fauna menor que por esos pantanos medra.
Si esto sucediera, si los antólogos entomólogos se pincharan los cataplines con el huso de la Belle au bois dormant y los árbitros de la moda imitaran al noble Petronio, muchos zorrillas se lavarían la lengua y no insultaran nunca a su prójimo, a tontas y a locas, ya me entiendes, y dejarían acaso de repartirse el pastel, de negociar con los dineros públicos, de jugar con la inteligencia y el trabajo de los demás.
Sería hermoso, Mariano, y los jóvenes del futuro leerían tus artículos de crítica con talante muy diferente, mientras cada perrico se lame su cipotico, el lector, en su escaño, decide y el escritor escribe, que es lo suyo. En fin, hoy he tenido un sueño, como el hermano Martin Luther King, que era también de los nuestros. Mas tengamos, amén, la fiesta en paz.
© Domingo F. Faílde. Jerez, 2007.-