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10 de abril de 2009

DEL TIEMPO Y LA MEMORIA. PENSAMIENTOS AL FILO DE LA TARDE



Y cómo pasa el tiempo. Y cómo se nos va de entre las manos, llevándose en el vórtice todo lo que hemos sido, todo lo que no fuimos, todo lo que nunca volverá a ser. 10 de abril, cien días de este año que apenas acaba de comenzar, rumbo ya a otros eventos de la memoria, con cuyos hitos vamos señalando el vértigo, el terrible tornado del tedio, la maraña voraz del sinsentido.
Pasan semanas, meses, dejando en nuestras manos una tremenda sensación de pérdida, como forma pasiva de la propia pasividad, el acto increíble de no hacer nada, no ver nada, no esperar nada, como escribió Cernuda.
Y digo yo que el paso de los días, esa carrera vertiginosa, tanto más acelerada cuanto menos veloces se afanan nuestras piernas, como si, despojadas del lastre corporal –esos kilos que sobran y esas fuerzas que ya flaquean-, tan sólo de la mente la razón atendieran de acortar cada paso, a volver la mirada nos conminase, no para calcular, prudentes, el trayecto –recorrido o por recorrer-, sino para mostrarnos la hermosura que yace en toda pérdida y aquel remoto y breve paraíso donde ardieron las ascuas de nuestra juventud.
Bello, pues, recordar, aunque el llanto, a hurtadillas, pague en moneda de dolor y melancolía la mágica alcabala de retornar lo huido y una localidad en la platea para ver, escuchar, percibir esas cosas, que sólo en la memoria han podido salvarse del naufragio.
Nosotros, escribimos. Y escribir nos permite desvalijar la memoria y reflotar sus pecios en un pequeño océano de papel. Volvamos, sí, a la infancia y arranquemos al tiempo aquella niña de mirada triste, que encendió con un leve parpadeo el fanal de los sueños. Yo estuve allí , decimos al lector, diez, cincuenta, mil años más tarde, con la satisfacción del periodista -¿existirán entonces?- que acaba de escribir el mejor reportaje de su vida; yo estuve allí, lo presencié; testigo soy, en la primera línea de la noticia. Pero ya no estaremos y sólo en las palabras que hayamos dejado impresas la memoria de lo que fuimos, el recuerdo de lo que somos hoy, habrán derrotado a la muerte.
No sé por qué refiero todo esto, cuitas al cabo de alguien que ya no es joven y, más que a morir, teme que la luz se le apague, que la voz se le nuble, que la palabra expire en el olvido, y entonces sí, se habrá perdido todo, incluso los jazmines que rubrican el aire esta tarde.
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© De la imagen y el texto:
Domingo F. Faílde. Jerez, 10 de abril de 2009.-