Fue el filósofo inglés Guillermo de Ockham quien, en las primeras décadas del siglo XIV, sostuvo, frente a escolásticos y otras corrientes, la inexistencia de los conceptos universales, que sólo serían nombres y simplemente nombres, con todo lo que ello habría de suponer para la posteridad.
Pensaba en estas cosas cuando, por un azar, tampoco tan azaroso como el mero concepto nos hace suponer, cayeron en mis manos dos, tres antologías, que, al margen los criterios selectivos de cada una, incluían el nombre de Dolors Alberola, fundamental para mí y, a juzgar por el subtítulo de la más reciente, esencial, en igual medida, para la antóloga.
La esencia, según Ockham, no es algo que compartan la totalidad de los seres. Vistas así las cosas, y hablando –en este caso- de mujeres, la esencia de Alberola es sólo de Alberola y la de Currita del Corral es sólo de Currita del Corral, ¿nos vamos entendiendo?
Y es que resulta fácil, como cualquier simplificación de usar y tirar, referirse a poesía femenina, a mujeres que escriben, a voces importantes, a qué sé yo: un montón de generalidades de cualquier índole, sostenidas por muchas columnas que, en abstracto o en román paladino, tienen nombre y apellidos, documento de identidad, biografía personal, trayectoria literaria y, desde luego, obra, pues solamente el texto sostiene a los nombres que, sin tal fundamento, serían pura ficción o, digámoslo claramente, flagrante usurpación.
A despecho de los ninguneadores –esa fauna tenebrosa que tanto prolifera en las letras hispanas-, un nombre no se crea de la nada, sino que corresponde a una realidad. Así, Ana Rossetti, es Indicios vehementes, Devocionario, Apuntes de ciudades, Virgo potens, etc.; Juana Castro será Cóncava mujer, Narcisia, Arte de cetrería, Los cuerpos oscuros, etc., etc.; y Dolors Alberola, Cementerio de nadas, El medidor de cosas, Arte de perros, Del lugar de las piedras, y otros etcéteras. Suma y sigue. ¿Hay quien dé más? ¿Hay quien pueda ocupar el sitio de las nombradas y de las que omito por no hacerme pesado?
Es muy fácil restarles importancia, regatear unos gramos de mérito con modos de hortelano, echar una cortina para que no se vean, pero ahí están los textos, firmes como cariátides, sosteniendo la esencia del ser.
No seré yo el que afirme que en una antología está todo dicho. Siempre queda alguien fuera y es de rigor ejerza su derecho a reclamar su plaza, amparándose en hechos. Siempre lo he defendido. Pero quien quiera derribar un muro, hágalo con razones, fuertes como otro muro. O calle para siempre.
.
© Del texto y la imagen:
Domingo F. Faílde, 2010.-