¿... Y os dije que, en Jerez, ha estallado la feria? Ah, ciudad portentosa, que, antes de que Jesús abandone el chupete, anda por esas calles flagelándolo, escarneciéndolo, ciñéndole las sienes con espinas y exhibiendo su torturada desnudez, pendiente de los clavos, en la cruz. No sin haber pasado, desde luego, por la farsa del carnaval y la fanfarria desafinada del día de la patria andaluza, merecido homenaje a los sayones y a quienes, a paso de costalero, acabarán repartiéndose nuestros vestidos: Padre, perdónalos, porque saben perfectamente lo que se hacen.
Pero esta ciudad de sacristanes, devota de Frascuelo y de María -los poetas como Machado rara vez se equivocan-, hace honor a su industria, de festín en festín. Ahora llegó la hora de la feria, la hora de la sangre de los toros -la del humo de los altares es un virus latente, hasta la próxima procesión-, hora de farolillos y faralaes, de tinglados carísimos a precios populares -quise decir afines al PP-, de baile por sevillanas, de calles del infierno -como si las de siempre no fueran ya infernales con todas las de la ley-, hora de aparentar, de lucir más rumbosos que el vecino... En fin, la apoteosis del Barroco, el gran teatro del mundo. Luego, cuando los decorados, la casposa escenografía de la diversión por decreto, sean tan sólo un sucio montón de desperdicios, volverán las banderas victoriosas, al paso de la oca que le marquen las hipotecas, el paro, la nueva miseria y la nueva gripe -todo es nuevo, cuando se trata de refundar el capitalismo-, la amenaza del despido porque sí, porque lo manda el menda, la corrupción, la droga, los grafitis, la mugre, la ignorancia y el patio de Monipodio.
No hay dinero, quién lo diría al ver tanto derroche, tantas ganas de jolgorio, tanto tirar de cartera. Pero lo cierto es que no lo hay, que el dueño de un restaurante de campanillas, de esos de reservar mantel y mesa con dos meses de antelación, se quejaba de no haber servido más allá de un menú a mediodía; que, en cosa de tres meses, he visto echar el cierre a montón de establecimientos; que el veinticinco por ciento de la población mal llamada activa no tiene un cochino trabajo que llevarse a la boca; que el edificio del bienestar, tan denostado por los que ahora pretenden que el tesoro público les reflote sus bancos, comienza a tambalearse, como sacudido por un sunami; y que el agua nos llega al cuello.
No entiendo nada, amigos, y por eso os remito esta carta marrueca, en demanda de alguna explicación. Debo ser extranjero. En mi país -la isla de Utopía- , ya habríamos fusilado al gobierno y la oposición, a los patronos de la patronal y a algún sindicalista que no lo tiene claro. Menos mal que en mi patria no tenemos perrito que nos ladre ni Dios ni amo ni CNT. Ni fusiles, faltara más. Ni crisis, por supuesto. Ni procesiones de Semana Santa. Ni corridas de toros. Ni liga de campeones. Ni grandes superficies. Ni gestores culturales. Ni cáncer.
Pero la vida es un sueño y los sueños, sueños son.
© Domingo F. Faílde
Extramuros, a 11 de mayo de 2009.-
Pero esta ciudad de sacristanes, devota de Frascuelo y de María -los poetas como Machado rara vez se equivocan-, hace honor a su industria, de festín en festín. Ahora llegó la hora de la feria, la hora de la sangre de los toros -la del humo de los altares es un virus latente, hasta la próxima procesión-, hora de farolillos y faralaes, de tinglados carísimos a precios populares -quise decir afines al PP-, de baile por sevillanas, de calles del infierno -como si las de siempre no fueran ya infernales con todas las de la ley-, hora de aparentar, de lucir más rumbosos que el vecino... En fin, la apoteosis del Barroco, el gran teatro del mundo. Luego, cuando los decorados, la casposa escenografía de la diversión por decreto, sean tan sólo un sucio montón de desperdicios, volverán las banderas victoriosas, al paso de la oca que le marquen las hipotecas, el paro, la nueva miseria y la nueva gripe -todo es nuevo, cuando se trata de refundar el capitalismo-, la amenaza del despido porque sí, porque lo manda el menda, la corrupción, la droga, los grafitis, la mugre, la ignorancia y el patio de Monipodio.
No hay dinero, quién lo diría al ver tanto derroche, tantas ganas de jolgorio, tanto tirar de cartera. Pero lo cierto es que no lo hay, que el dueño de un restaurante de campanillas, de esos de reservar mantel y mesa con dos meses de antelación, se quejaba de no haber servido más allá de un menú a mediodía; que, en cosa de tres meses, he visto echar el cierre a montón de establecimientos; que el veinticinco por ciento de la población mal llamada activa no tiene un cochino trabajo que llevarse a la boca; que el edificio del bienestar, tan denostado por los que ahora pretenden que el tesoro público les reflote sus bancos, comienza a tambalearse, como sacudido por un sunami; y que el agua nos llega al cuello.
No entiendo nada, amigos, y por eso os remito esta carta marrueca, en demanda de alguna explicación. Debo ser extranjero. En mi país -la isla de Utopía- , ya habríamos fusilado al gobierno y la oposición, a los patronos de la patronal y a algún sindicalista que no lo tiene claro. Menos mal que en mi patria no tenemos perrito que nos ladre ni Dios ni amo ni CNT. Ni fusiles, faltara más. Ni crisis, por supuesto. Ni procesiones de Semana Santa. Ni corridas de toros. Ni liga de campeones. Ni grandes superficies. Ni gestores culturales. Ni cáncer.
Pero la vida es un sueño y los sueños, sueños son.
© Domingo F. Faílde
Extramuros, a 11 de mayo de 2009.-