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12 de febrero de 2010

De los vientos variables en la literatura, la perfidia como sistema y una frase de Julio César


Ay, este mundo de la literatura… No me refiero, claro, al acervo textual que certifica la existencia de aquella, sino al turbio hormiguero de cuantos, como las moscas de Esopo, tratan de aterrizar en el pastel, buscando a toda costa los laureles del Dante.    
A toda costa, claro. Recuerdo una película, Bailad, bailad, malditos, que viera, ya hace años, en cualquier cine-club, cuando los temas bajo sospecha o las imágenes escabrosas encontraban abrigo en esos espacios bajo control que, a cambio de tolerancia, brindaban al franquismo una coartada de liberalidad y una lista de opositores. La cinta, ambientada en los duros tiempos de la gran depresión, relata la historia de unas parejas que, sumidas en la indigencia, se inscriben en un concurso de baile, cuyo premio en metálico ganará la que más aguante sobre la pista: horas, días…, resistiendo el mordisco del hambre, las ganas de orinar y todo lo que haga falta. Imagínese el resto: bailarines que caen fulminados, otros que se baten en retirada, los listillos que ponen zancadillas a sus competidores… Y la música sigue sonando en la que, más allá de las apariencias, es una danza macabra, mientras la ficción del glamur no logra contener el genuino aroma del certamen: la mierda.    
A estos danzarines, dígase en su descargo, los empujaba el hambre, y allí donde escasean los recursos fundamentales, puede excusarse la dignidad. Sin embargo, ¿qué decir de los arribistas, de esa grey de poetetes de baja estofa, con gazuza de medro y afán de conseguirlo como sea? Cuando a alguien las piedras se le convierten en pan, no resulta difícil aventurar que ofrecieron el culo y se postraron ante la abyección.    
Vuelve a la carga Judas Iscariote, cada vez que una beca, un premio, una lectura en Villacoños de Arriba, dos poemas en una antología o, por supuesto, un libro, aunque no lo lea nadie, ponen en marcha el mecanismo de la traición y, sin que medie el beso desleal, el fementido aspirante al Nobel arroja a sus amigos al cubo de la basura y a su madre al arroyo, si fuera preciso, con tal de complacer al motor de sus éxitos. Luego, si alguien pregunta por antiguos afectos y certezas prescritas, por rebasar a Pedro, negarán treinta veces y tornarán a hacerlo cuando, misión cumplida y objetivo alcanzado, una nueva perfidia sea la llave de acceso a mayor lucro.     
Guárdate de los idus de marzo, Julio César, y líbrente los dioses de esos trileros de la literatura, que siempre se reservan un as en la bocamanga o un repóquer completo bajo las bragas. Aléjate de ellos, pues si romo es su verso, afilada y punzante la hoja de su cuchillo. Déjalos que prosigan su camino. Bienaventurados, sí, los mediocres, porque suyo será el botín.   
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© Domingo F. Faílde.-