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25 de julio de 2009

¡EL SIGUIENTE! - PERSONA Y SOCIEDAD DE CONSUMO. UNA REFLEXIÓN



Hay voces que se clavan en el alma. Unas, hablan de amor, amistad o ternura; otras, por el contrario, son un libro de historia y llevan como a fuego una larga costumbre de rencor, de desprecio, de toda la negrura que pesa sobre el hombre y le impulsa a la destrucción.
Hay voces, en efecto, que te arrancan la piel y te dejan desnudo, indefenso ante miles de garras que amenazan con destrozarte y arrojar por la borda de un buque fantasma la máscara dulcísima que nos hace pasar por personas, criaturas singulares, seres irrepetibles, sin cuyo aliento el mundo se rompiera.
Son las voces de mando, los insultos, las amenazas, y las hay estridentes, desapacibles, ásperas, destempladas o tan sólo desagradables. Pero están ésas otras, tan frecuentes y familiares, que casi no se advierten, tal vez porque pasaron a la alacena oscura de la memoria y encontraron allí más fantasmas, más sombras inclementes con las que aparearse.
Es el caso de un clásico de antaño, todo un superviviente de las peores épocas, cuando la dignidad era una fila hambrienta y la vileza un grito, un informe alarido que ordenaba: ¡El siguiente!, y así, uno por uno, silenciosos, anónimos, sin rostro, desposeídos de su ayer y privados de un mañana imposible, desfilaban los parias de la tierra, sin que la opacidad de sus ojos perdidos delatase la meta de tanta amargura, ya el seno hospitalario de la fosa común, el oprobio nutricio de la sopa boba o un trozo de jabón contra la sarna, es igual: siempre la misma hilera o un corrillo expectante y la voz del sicario, mensajera del fin del mundo.
¡El siguiente!, es decir, uno más, sin importar quien sea. Uno más, entre muchos que no valen nada. Puede ocurrir que alguno haya muerto mañana. Es igual: a la voz de ¡El siguiente!, alguien responderá con su presencia incógnita, su paso apresurado, su inadvertida insignificancia. Eran así las colas de racionamiento y las consultas del Seguro de Enfermedad.
Hoy, cuando aquella voz dormitaba en el sumidero de las pesadillas, se despierta ante el mostrador de mi panadero, con el timbre chillón y profesional de una aprendiza descarada e imperturbable, que ni siquiera obtuvo el Graduado Escolar. Te mira la muchacha, responde con zalemas, con halagos te coge los dos euros y los sepulta en la sofisticada registradora. Adiós, hasta mañana, tenga usted buenos días, le dices. Pero ella te ha borrado de la pantalla: ¡El siguiente!, conmina, con sus ojos helados. Y tú te vas pensando en que no somos nadie, salvo aquel par de euros que quedaron en caja, y se te pone cara de vaca lechera, de una vaca lechera exorbitante a la que ordeñan sin descansar.
En eso has acabado, me digo. Pero soy, simplemente, uno más en la fila de los consumidores. Antes se nos llamaba clientes y, en apariencia al menos, éramos respetados. Ahora, ya lo ven, tropilla de infelices a quienes se soporta tan sólo por el gasto.  


.© Domingo F. Faílde  
Extramuros, 25 de julio de 2009.-