Uno de los momentos más brillantes de aquella gran película que era y es Casablanca tiene lugar cuando el agente nazi pregunta al personaje encarnado por Humphrey Bogart: ¿Cuál es su patria? A lo que respondió: Soy borracho, con una sobrecogedora frialdad.
Yo, también. Y no porque trasiegue más de dos o tres copas ni, más allá del vino con su tapa correspondiente, me entusiasmen los caldos de alambique ni esa atroz, nauseabunda y espuria colonización que es el güisqui, sino porque, acodado en la barra, me siento en un espacio simbólico, habitado por miles, millones de seres humanos, que beben, día a día, el licor del fracaso, el aguardiente de la derrota, el cubalibre amargo de la desolación.
Soy borracho, a mi modo. Un hombre sin raíces, que vino a las tinieblas de un país desangrado e inhóspito en un pueblo, el más triste, de Jaén, que, antes de convertirse, por obra y gracia de los listillos de la nueva clase política, en paraíso interior, era por la de Dios y el caudillo Santo Reino, a saber por qué. Luego, cuando busqué mi sitio, muchos me hubieron por testigo incómodo y tuve que largarme en el último tren de Gum Hill a la salada claridad de Alberti, donde aún sobrevivo. Así que, sin medalas que ponerme, sin poder ni moneda de trueque, Jaén me considera un fugitivo y Cádiz un intruso.
No soy de aquí ni de allí, como dice la copla. Y, si no se lo creen, pregúntenselo a los antólogos de aquí y acullá, especialistas en desapariciones. Soy un missing de la literatura, el poeta desconocido en cuya tumba nadie pondrá flores, al son de un himno nacional que, con letra o sin ella, nunca logró conmoverme.
Así, exiliado en mi propio pasaporte de donnadie europeo, creo, con Félix Grande –aunque la idea no es suya- que la patria del hombre es el lenguaje y el cuerpo de la mujer a quien ama. No está mal la definición y, en todo caso, resulta mucho más acogedora que aquella unidad de destino en lo universal, que mandó a media España a la fosa común. No, claro que no; mi reino no es de este mundo ni yo pertenezco a otro reino que el salario de cada mes. Mi patria es mi salario. El cortijo, defiéndanlo los perros.
© Del texto: Domingo F. Faílde. Jerez, junio, 2007
© De la imagen: Fram Ramírez, 2004
Yo, también. Y no porque trasiegue más de dos o tres copas ni, más allá del vino con su tapa correspondiente, me entusiasmen los caldos de alambique ni esa atroz, nauseabunda y espuria colonización que es el güisqui, sino porque, acodado en la barra, me siento en un espacio simbólico, habitado por miles, millones de seres humanos, que beben, día a día, el licor del fracaso, el aguardiente de la derrota, el cubalibre amargo de la desolación.
Soy borracho, a mi modo. Un hombre sin raíces, que vino a las tinieblas de un país desangrado e inhóspito en un pueblo, el más triste, de Jaén, que, antes de convertirse, por obra y gracia de los listillos de la nueva clase política, en paraíso interior, era por la de Dios y el caudillo Santo Reino, a saber por qué. Luego, cuando busqué mi sitio, muchos me hubieron por testigo incómodo y tuve que largarme en el último tren de Gum Hill a la salada claridad de Alberti, donde aún sobrevivo. Así que, sin medalas que ponerme, sin poder ni moneda de trueque, Jaén me considera un fugitivo y Cádiz un intruso.
No soy de aquí ni de allí, como dice la copla. Y, si no se lo creen, pregúntenselo a los antólogos de aquí y acullá, especialistas en desapariciones. Soy un missing de la literatura, el poeta desconocido en cuya tumba nadie pondrá flores, al son de un himno nacional que, con letra o sin ella, nunca logró conmoverme.
Así, exiliado en mi propio pasaporte de donnadie europeo, creo, con Félix Grande –aunque la idea no es suya- que la patria del hombre es el lenguaje y el cuerpo de la mujer a quien ama. No está mal la definición y, en todo caso, resulta mucho más acogedora que aquella unidad de destino en lo universal, que mandó a media España a la fosa común. No, claro que no; mi reino no es de este mundo ni yo pertenezco a otro reino que el salario de cada mes. Mi patria es mi salario. El cortijo, defiéndanlo los perros.
© Del texto: Domingo F. Faílde. Jerez, junio, 2007
© De la imagen: Fram Ramírez, 2004