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21 de enero de 2010

DIVAGACIONES BAJO LA LLUVIA


Abyla, Djëbel Musa… ¡cuántos bellos recuerdos me acercan esos nombres! Como siempre, el Mediterráneo, ejerciendo de hilo conductor, presente en casi todas las historias que tienen como escenario una cualquiera de las dos orillas.
Ayer, sin ir más lejos, hojeé la correspondencia de don Manuel de Falla y me llamó la atención una misiva de María Lejárraga –mujer y negra de Gregorio Martínez Sierra-, calificando de espantoso el trayecto entre Algeciras y Tánger, en un vapor de hace casi cien años, imagino que similar al que, en los cincuenta, unía Asilah con la Península.
Espantoso, el Estrecho, si el mar, embravecido, levanta olas tan altas que los barcos parecen engullidos por el agua, salen a flote luego y coronan las espumosas cimas. Yo lo he vivido y, desde aquella terrible travesía, no tengo miedo al mar, aunque no hay que fiarse de su mudanza ni de los elementos que lo soliviantan.
Allá por la Edad Media, según una crónica meriní, la llegada del otoño comportaba la suspensión del tráfico marítimo entre África y al-Ándalus y, en consecuencia, de las operaciones militares. El viento de levante jugaba así en la historia su partida e ilustraba a las venideras generaciones acerca de sus hábitos eólicos, vigentes hasta nuestros días.
Lo peor, sin embargo, sucede cuando el viento sopla, sesgado, desde el SE o el SO, el llamado viento del moro o, más popularmente, surestá, el primero, o vendaval, de efectos devastadores. Los naturales de al-Yazirath-al-Hâdra tienen un refranillo que dice: Cuando con levante llueve, hasta las piedras se mueven. No me sorprende, pues, el temporal que, en días anteriores, ha asolado la zona, muy parecido al que viví a mediados de nos noventa, que, en espacio de dos o tres días –también en enero- llenó hasta rebosar el pantano de Charco Redondo, seco, tras un periodo de extenuante sequía.
También llueve en Jerez de la Frontera, de modo que la gente, empujada por la inclemencia al interior de sus habitáculos, no turba con su jácara el sosiego de nuestra biblioteca. ¡Bendita sea la lluvia bienhechora! Tiemblo, no obstante, barruntando el final del diluvio y la vuelta del gentío a calles y plazuelas.
Y eso que no me logro sino poco de tan benéfica coyuntura, espoleado por insolubles problemas y el alfanje de la melancolía. No me faltan ideas, que acuden a mi mente con profusión, sino empuje. Soy incapaz de hacer cosa alguna, acaso convencido de que la muerte cercenará, y no tarde, cualquier proyecto. Como dicen los castizos, ya está todo el pescado vendido (que suena más amable y familiar que Consumatum est! y no corro el peligro de que Jesús me reclame derechos de autor).
El mazazo de Haití ha puesto en evidencia a la poesía. Demasiadas mentiras, excesivos remilgos, pura y dura impostación. Los gritos de dolor no conocen idiomas ni precisan palabras bruñidas por la lluvia. Cuando llegan al cielo, sucede que no hay Dios.
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© De la imagen y el texto:
Domingo F. Faílde,
21 de enero de 2010.-