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11 de mayo de 2009

DÍAS DE FERIA Y ROSAS. ALGUNAS CONSIDERACIONES DESDE LA DISIDENCIA


¿... Y os dije que, en Jerez, ha estallado la feria? Ah, ciudad portentosa, que, antes de que Jesús abandone el chupete, anda por esas calles flagelándolo, escarneciéndolo, ciñéndole las sienes con espinas y exhibiendo su torturada desnudez, pendiente de los clavos, en la cruz. No sin haber pasado, desde luego, por la farsa del carnaval y la fanfarria desafinada del día de la patria andaluza, merecido homenaje a los sayones y a quienes, a paso de costalero, acabarán repartiéndose nuestros vestidos: Padre, perdónalos, porque saben perfectamente lo que se hacen.
Pero esta ciudad de sacristanes, devota de Frascuelo y de María -los poetas como Machado rara vez se equivocan-, hace honor a su industria, de festín en festín. Ahora llegó la hora de la feria, la hora de la sangre de los toros -la del humo de los altares es un virus latente, hasta la próxima procesión-, hora de farolillos y faralaes, de tinglados carísimos a precios populares -quise decir afines al PP-, de baile por sevillanas, de calles del infierno -como si las de siempre no fueran ya infernales con todas las de la ley-, hora de aparentar, de lucir más rumbosos que el vecino... En fin, la apoteosis del Barroco, el gran teatro del mundo. Luego, cuando los decorados, la casposa escenografía de la diversión por decreto, sean tan sólo un sucio montón de desperdicios, volverán las banderas victoriosas, al paso de la oca que le marquen las hipotecas, el paro, la nueva miseria y la nueva gripe -todo es nuevo, cuando se trata de refundar el capitalismo-, la amenaza del despido porque sí, porque lo manda el menda, la corrupción, la droga, los grafitis, la mugre, la ignorancia y el patio de Monipodio.
No hay dinero, quién lo diría al ver tanto derroche, tantas ganas de jolgorio, tanto tirar de cartera. Pero lo cierto es que no lo hay, que el dueño de un restaurante de campanillas, de esos de reservar mantel y mesa con dos meses de antelación, se quejaba de no haber servido más allá de un menú a mediodía; que, en cosa de tres meses, he visto echar el cierre a montón de establecimientos; que el veinticinco por ciento de la población mal llamada activa no tiene un cochino trabajo que llevarse a la boca; que el edificio del bienestar, tan denostado por los que ahora pretenden que el tesoro público les reflote sus bancos, comienza a tambalearse, como sacudido por un sunami; y que el agua nos llega al cuello.
No entiendo nada, amigos, y por eso os remito esta carta marrueca, en demanda de alguna explicación. Debo ser extranjero. En mi país -la isla de Utopía- , ya habríamos fusilado al gobierno y la oposición, a los patronos de la patronal y a algún sindicalista que no lo tiene claro. Menos mal que en mi patria no tenemos perrito que nos ladre ni Dios ni amo ni CNT. Ni fusiles, faltara más. Ni crisis, por supuesto. Ni procesiones de Semana Santa. Ni corridas de toros. Ni liga de campeones. Ni grandes superficies. Ni gestores culturales. Ni cáncer.
Pero la vida es un sueño y los sueños, sueños son.  


© Domingo F. Faílde  
Extramuros, a 11 de mayo de 2009.-

1 de mayo de 2009

SUEÑOS, ENSUEÑOS Y MEDITACIONES PARA CONMEMORAR EL 1 DE MAYO



Ah, los políticos...! Bien se ganan el pan de cada día y esos pluses que, el de mañana, consolidarán el desclasamiento de los tiralevitas de izquierdas y acrecentarán la fortuna de los buitres de la derecha, tras habernos vendido los primeros y succionado, los otros, hasta el último hematíe. Y Dios, que es del PP -ahora, con la vejez, ha democratizado sus impulsos-, colabora con ellos de buen grado y, por no dejar de embustero al evangelista, suelta a la caballería: pandemias, terremotos, guerras, plagas, hambrunas... Es su oficio. Entre todos, nos joden. Ya lo dije en un poema: no toleran los dioses la felicidad de los hombres. La historia se repite. El apocalipsis, también.
El caso es que hoy, en México, nadie saldrá a las calles para exigir trabajo y justicia. En España, algo menos desdichados, quienes no se escondieron bajo la cama serán empujados hacia las playas, subirá la gasolina y seguirán creyendo que el sistema funciona. Todo va bien, faltara más: lo peor de la crisis ha pasado -pontifican Obama y Zapatero-, pero los datos macroeconómicos -los demás, los que pueden palparse a pie de calle, son mucho más elocuentes- ahondan en el abismo de la recesión. ¿Qué se estará cociendo en el G20? ¿Hasta qué siglo o era nos llevarán, marcha atrás?
El panorama, a despecho de la Bestia televisiva, empeñada en vestir de rosa a la hecatombe, se me antoja dantesco, sí, más dantesco que un Dante para quien el Infierno, más que cámara gótica o mazmorra guantanamera, es el símbolo del dolor espiritual, ese dolor vacío que quema las entrañas e hiela el corazón, mientras el propio llanto se convierte en puñal. Es el apocalipsis, vaticinan los timoratos, que no leyeron nunca dos páginas de historia. Esto es la consecuencia del divorcio entre el hombre y el medio natural, aseguran los defensores del dogma de la infalibilidad de la ciencia.
Y, si he de ser sincero, voto al apocalipsis. Prefiero que se caigan las estrellas a tener que seguir aplaudiendo tanta mediocridad. Que se desborde el mar, pero que en él naufraguen esos desalmados, para quienes se hicieron triunfos, riquezas y galardones. Y cuando llegue el día D, hora H, en los llanos de Armagedón, pues mira, que Dios reparta suerte y que gane el mejor. Acaso nos llevemos una sorpresa.
La vida nunca fue buena ni noble ni sagrada. Ya lo escribió García Lorca. Y yo, modestamente, contra viento, marea y sordina, no he cesado de proclamarlo. Ahora, en el último tramo de la edad, lo único que lamento es mi cobardía, no haber sido capaz de saltar en marcha y escribir con mi muerte, si hubiera sido preciso, el testimonio de mi coherencia. Como el Ché, como Gandhi, como Jesús.
Pero soy, simplemente, un poeta y, parafraseando a alguien, cuyo nombre no puedo oír -ni pronunciar- sin escalofrío, tengo tan sólo sueños.      


© Domingo F. Faílde  
Extramuros, a 1 de mayo de 2009.-






La carga

En blanco y negro el cielo de esos años,
Einsestein, con su cámara,
rodase en cualquier sitio la barbarie:
una calle, una plaza, una esquina cualquiera;
sobre todo, los templos del saber
y el aroma a jazmines
que desprende, desnuda, la libertad.

De todas partes acudían rebeldes,
por todas partes se sentían consignas,
en todas partes, como una nebulosa,
la espiral de la voz que quiere ser oída,
la espiral de la mano que otra mano requiere,
la espiral del latido
que busca un corazón en que anidarse;
y allí el mapa vertía sus rosales
y era joven de pronto la mañana,
allí, en la escalinata torturada de Odessa,
una calle, una plaza,
una esquina cualquiera de la ciudad.

De todas partes emergían serpientes,
por todas partes se esparcía el veneno,
en todas partes, como un rayo oscuro,
el vergajo, la muerte,
cercenando la luz: era la policía,
allí, en la escalinata torturada de Odessa,
una mañana gris del mes de octubre
o una tarde de enero; fue tu vida,
los años que perdimos o se fueron a bordo
del viejo acorazado Potemkin.     


(De La sombra del celindo. Jerez, EH, 2006)